“Invertir en las aptitudes socioculturales del niño —tales como la tenacidad, la motivación y confianza en sí mismo— genera más beneficio económico y social que el gasto en programas sociales o en infraestructura”. La anterior afirmación es del Premio Nobel de Economía 2000 James Heckman, profesor de la universidad de Chicago.
Aunque obtuvo el Nobel por sus aportes en econometría y microeconomía, sus investigaciones también se han caracterizado por abordar problemas fundamentales de la sociedad, como la segregación racial, la desigualdad salarial y el tema del desarrollo temprano de los niños, en particular los efectos de la educación en los más desfavorecidos. Este último caso lo llevó a plantear que “la inversión en atención y educación de la primera infancia (Aepi)”, es decisiva para romper las desigualdades sociales.
La primera infancia es definida como el periodo que va desde el nacimiento hasta los 8 años de edad y es considerada por los expertos como la etapa en la cual el cerebro tiene un gran desarrollo y en la que se generan las bases del aprendizaje posterior. Así que invertir en estos primeros años garantiza —como lo dice el Nobel— que: “Se fomente la escolaridad, mejore la productividad de la fuerza laboral, disminuya el embarazo en edad temprana, se minimice la delincuencia”.
Esta etapa inicial del crecimiento de las personas —nos enseña el profesor— es clave para la adaptabilidad social, la autodisciplina, la confianza, la motivación, la autoestima, etc. Habilidades que forman parte del capital humano y que junto con las habilidades cognitivas son importantes para el éxito de las personas. Dichas habilidades son un conjunto de operaciones mentales, cuyo objetivo es que el alumno integre la información adquirida en una estructura de conocimiento que tenga sentido para él.
Más vale prevenir que curar
Es sabido que los primeros años de la infancia son vitales para la formación de las habilidades no cognitivas, pero no estaba muy estudiado la interacción de las habilidades cognitivas con las no cognitivas, la adquisición de habilidades laborales y las implicaciones que todo ello tiene en el desarrollo personal y profesional en el largo plazo. Esas interacciones y sus efectos en las personas el resto de su vida, son precisamente el aporte de Heckman.
La investigación del Nobel va más allá, logrando dilucidar que cuando la gente crece en circunstancias adversas, cambia la biología del cuerpo humano y que algunas de esas condiciones se vuelven hereditarias, incluyendo la desigualdad. Su estudio también enseña cómo nos volvemos personas y cómo se puede estimular las oportunidades. Él es tajante en afirmar “Los remedios que se aplican tardíamente para compensar la desventaja inicial, suelen ser costosos e ineficaces”, es decir, es mucho más rentable prevenir los problemas humanos que tratar luego de solucionarlos.
Igualmente destaca la importancia de la educación para que en una sociedad todos vivan dignamente y en donde la desigualdad social y la violencia que ésta genera no se manifiesten. Ya es conocido que Finlandia y los demás países escandinavos tienen una alta calidad de vida, lo cual está muy relacionado por la excelente educación, sobre todo en la primaria y secundaria. El Nobel resalta que es la educación desde el vientre hasta los 8 años la etapa clave para superar muchos problemas sociales.
Y los problemas sociales pululan en Colombia. De acuerdo al informe 2009 de la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), se indica que en este país más del 20 por ciento de los niños menores de 5 años sufren desnutrición y más de la tercera parte de la población tiene deficiencia de proteínas. El informe también dice que el 49.2 por ciento de los habitantes se consideran pobres y que cerca de 7.4 millones son indigentes.
Ese problema va acompañado con el de la anemia, pues el 33 por ciento de los niños entre uno y cuatro años de edad la sufren. Estas deficiencias afectarán el desarrollo del cerebro y por tanto el procesos de aprendizaje, lo cual los pone en desventajas frente al resto de niños del país.
Con el conflicto perdemos todos
Además de crecer desnutrida y con anemia, ese porcentaje de nuestra niñez ha sido golpeada por el problema del desplazamiento. Según las cifras que ha manejado la Unicef – Codhes, entre 1985 y 2002, en Colombia sufrieron este flagelo un millón 750 mil niños y la tasa de desplazamiento se incrementó de 273 personas por cada 100 mil habitantes en 2007 a 888 en 2008. Ese fue parte de los “éxitos” de la seguridad democrática.
Este problema ha convertido al país en el segundo en importancia en el mundo después de Sudán y el primero en Occidente. Esos niños que han crecido en medio de la pobreza y el conflicto van a tener una alta probabilidad de seguir alimentando la violencia.
La rueda de la violencia en Colombia sigue dando vueltas, produciendo más desigualdad y pobreza. ¿No se cansa la sociedad colombiana de llevar a cuesta un conflicto que empieza en los años 50 del siglo pasado? ¿O es que ya nos hemos familiarizado con él?
Recientemente, un grupo de académicos debatió el futuro del conflicto armado en un foro convocado por la revista RazónPública.com, el Instituto para la Pedagogía, la Paz y el Conflicto Urbano y la Fundación Arco Iris. El primero en usar la palabra fue Hernando Gómez Buendía, quien además de argumentar las razones éticas, jurídicas y estrategias para buscar la paz dijo: “Esta es una guerra de perdedores: para la guerrilla, porque en 47 años no está cerca de tomarse el poder; para los paramilitares, porque en 30 años no han acabado con la guerrilla. Y es un enorme fracaso del Estado que no ha sido capaz de acabar la guerrilla y paramilitares, ni tampoco de encontrar la paz. En esta guerra perdemos todos, no se puede redimir. Por eso hay que decirle, no”.
Por otra parte, en el foro sobre Colombia organizado por la revista The Economist, Juan Carlos Echeverry, ministro de Hacienda, comentó que la violencia le ha costado al país un punto anual del PIB durante dos décadas. Los cálculos del funcionario arrojan gastos de 140 billones de pesos en el conflicto armado entre 1980 y 2005 y cubren costos del gasto militar en la lucha contra el narcotráfico, las guerrillas y el paramilitarismo.
Un mejor futuro para 1.2 millones de niños
Además del gasto oficial, el sector privado ha pagado en impuestos de defensa, según datos de Portafolio (2006), el equivalente al 3.2% del PIB nacional. Un estudio de la Contraloría Distrital (2006) revela que los bogotanos invirtieron cerca de 6 billones de pesos por seguridad privada, en sólo el año 2005. Ante los resultados de la lucha oficial contra el conflicto armado, hay que decir que estamos malgastando el presupuesto nacional y que si queremos otro país para las nuevas generaciones, se debe replantear la forma guerrerista de afrontar el conflicto armado.
El nuevo gobierno de Santos da algunas luces de esperanza, cuando ha expresado que “si me acusan de querer la paz, me declaro culpable”. También con su proyecto educativo “De cero a siempre”, con el cual se plantea la estrategia de atención integral de la primera infancia (AEPI). El proyecto prevé invertir 5.6 billones de pesos durante su mandato y se aspira llegar a 1.2 millones de niños de los estratos más pobres con una serie de métodos de avanzada, que van desde atención a la madre gestante, hasta el seguimiento al bebé y el acompañamiento en sus primeros años.
La iniciativa retoma los planteamientos del Nobel de Economía al querer aplicar en Colombia, a una parte de la niñez más necesitada, este tipo de atención. Esperemos que dé frutos y no se convierta en otro cuento como la publicitada revolución educativa.
Si todos nos convencemos que la inversión más rentable para Colombia es la que llevamos al banco de la educación y que el gasto militar genera más violencia, desigualdad y pobreza, entonces otro país es posible y podemos enderezar lo mal que inició este milenio.
Por: Diego Arias Serna
Madrid (España)
Ph.D en Física, Universidad Complutense de Madrid. Profesor-investigador, Universidad del Quindío. Presidente Fundación Semillero Científico (EAM).
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