Angel Gómez Giraldo
“Hay personas que son carpinteros de su propia cruz”, dice una frase que parece haber sido tallada en madera fina y la que insinúa que la felicidad como la desgracia es obra nuestra.
Aquellas personas que más se lamentan de su triste destino son las que utilizan los maderos más pesados para construirla.
Llegan a ser tan pesadas que se convierten en una cruz para otras. Parece ser que la única cruz que no pesa es “la cruz de tus brazos”.
Pero viene enseguida una pregunta también mayor: ¿Qué es lo que no se hace durante los días de la llamada Semana Mayor?.
La respuesta la encontré arrinconada en el despacho parroquial de los templos y la información tiene que ver con que no se realizan matrimonios aunque las novias lloren.
La liturgia propia de la Semana Santa convoca tantos fieles que las iglesias permanecen llenas y no cabe una boda más.
Además parece ser que los novios disfrutan más de las procesiones que los esposos. Y si es cierto que el matrimonio es una cruz no hay afán por las nupcias.
Otra cosa son los ayunos del tiempo de cuaresma y que la iglesia estableció con el único objeto de mortificar el cuerpo. Y el ayuno va para muchos hasta la abstinencia sexual y es igualmente el mayor de los sacrificios.
Hasta los más enamorados se van de “aguante” por lo que yo llamo el escabroso camino del 46 que hay entre la cuaresma y la pascua.
El 46 representaría el número de días que se cuentan entre el Miércoles de Ceniza y el Domingo de Resurrección.
En la Curia
Primero entro a la Catedral de Nuestra Señora de la Pobreza y compruebo que lo que existe allí es mucho trabajo de carpintería.
La labor de restauración de imágenes con las que se hacen los llamados “pasos” de Semana Santa es cosa de mucho esmero.
Los fieles que llegan a participar de la Eucaristía se encuentran con un templo lleno de mártires y de cruces que inspiran actos de contrición. Santos que tienen que esperar un año para que los saquen a la calle.
Sin embargo para ellos vale la pena esperar porque salen en hombros y bien acompañados.
Vemos muchas personas que tienen cara de santos: Si son hombres los vemos el viernes cual crucificado y si son mujeres las vemos el sábado cual dolorosas.
Y no es ninguna mentira. En Semana Santa todos ponemos cara de santo.
La devoción es tanta que el rostro de los santos y de los fieles parecen ser iguales. Todo porque no es carnaval sino conmemoración.
De la catedral paso a la Curia Diocesana y lo que escucho es la voz del clero aclarando que jurídicamente se puede casar a los novios durante los tres primeros días de la Semana Santa pero que no se hace porque sacerdotes y fieles están centrados en los actos con que se conmemora la pasión, muerte y resurrección
de Nuestro Señor.
de Nuestro Señor.
La voz es la de un prelado tan respetado en la Diócesis como lo es Monseñor Francisco Arias.
Lo encuentro en su oficina sin la compañía de santo alguno. No le hace falta porque en la pared tiene un Cristo que aunque agoniza, resplandece llenando de luz todo el recinto.
Su soledad es de santo. Siempre he creído que los santos viven acompañados sólo por la soledad. Más los santos de la tierra que los del cielo.
Valga la pena decir que lo encuentro amable, tanto que con la mano se saca el corazón sin causarse herida alguna.
Confiesa que nació en Granada, pueblo altar del Departamento de Antioquia.
Este es un prelado de muchas semanas santas: “He participado de 55 semanas santas en Pereira y vi cosas bastante extrañas como una procesión del Santo Sepulcro interrumpida por la explosión de dos petardos y una procesión del Resucitado alterada por una manifestación de obreros”.
Muchos años trabajando en la Curia. Rector del Seminario Menor, cofundador y primer rector de la Universidad Católica Popular de Risaralda.
“Ningún religioso ha trabajo tanto aquí ni vivo ni muerto, dice”, logrando el chiste.
Al hablar con él uno se puede dar cuenta que sabe mucho de Dios.
“Mi devoción no es por los santos. Por ninguno. Ni por los de aquí ni por los de allá. Miro siempre hacia arriba, hacia Dios”.
Y lo dice con esa misma pasión de vocación que llevó a sor Juana Inés de la Cruz a la poesía por su intenso amor al Supremo.
Escucharlo es bueno porque su voz es tan masculina y tan clara que uno piensa que está frente al mejor orador sagrado.
Tiene un aire de jerarca del vaticano. “Estuve durante cuatro años muy cerca del Papa”.
Es hombre tan distinguido que camina con la elegancia de los nobles. Sin embargo nunca ha sido nombrado Obispo pero es como si lo fuera. Es un Monseñor con la actitud de Obispo. A veces es mejor parecer que ser. Esto es tan cierto que la feligresía siempre lo ha visto como el otro Obispo de la Diócesis de Pereira.
Monseñor es un título de dignidad que se le da a los prelados y dignatarios eclesiásticos.
Le gusta hablar del perdón porque cree firmemente que nada contribuye tanto a la paz como el perdón.
Corresponsales
A pesar de que parece inconmovible se ha sentido crucificado por el dolor moral.
Con la muerte de su señora madre, porque fue el ser que le dio la vida, y la de los sacerdotes Octavio Hernández y Leonardo Montoya porque fueron sus hermanos en Cristo.
A los dos religiosos los sorprendió la muerte durante el momento en que celebraban la Eucaristía.
El primero en la Iglesia de la Trinidad y al segundo en la del Perpetuo Socorro.
“Todos ellos fueron al cielo y son mis corresponsales que diariamente me informan que todo por allá anda bien”.
Nadie cree que Monseñor Arias tiene un cielo pequeño aquí en la tierra: es su casa donde habita. Tiene luz propia: su hermano, el sacerdote Aristóbulo Arias, capellán de la Clínica Los Rosales y su hermana Inés Arias quien reza en el oratorio y hace delicias para los curas en la cocina.
Afuera de la Catedral ya hay gentes pobres, desplazadas ofreciendo velones para iluminar la fe de la semana Santa.
Todos cargan con su propia cruz que es grande y pesada...