Estamos viviendo días difíciles en Armenia, con permanentes altibajos. Unas veces anima la prosperidad en perspectiva, otras amarga la incertidumbre porque hay hechos administrativos y políticos desobligantes, como los que ocurren en EPA por ejemplo.
Ya no hay orden en las Empresas Públicas Municipales y su suerte todos los días apunta al despeñadero. Poco a poco se despeluza el patrimonio de la institución municipal que en el pasado fue paradigma, Cuando en la estructura orgánica local empresas públicas sabía mirar al futuro y cumplir su agenda misional. Cuando sabía que prestar con eficiencia los servicios públicos equivalía a respetar la dignidad de los ciudadanos. Cuando no sólo la plata valía, porque también eran tenidos en cuenta la honradez y transparencia de los funcionarios y los anhelos cívicos de todos los habitantes de Armenia. Por EPA pasaron idóneos, pulcros y transparentes gerentes. Ejecutivos ejemplares, personas de bien con la mirada puesta en el porvenir de la ciudad y con el pulso firme para defender sus intereses. Lo de ahora es una manguala. Ni siquiera el sindicato que en el reciente pasado se paró con firmeza rodeando a los ciudadanos y la institucionalidad de Armenia, en una justa incomparable del bien contra el mal. Las canonjías se convirtieron en arma que bien saben emplear los soldados mercenarios que todo lo hacen por dinero. Cayeron en la misma red, le apuntan al blanco de los intereses personales y se suman con cinismo a las montoneras de la corrupción y el nepotismo.
Nos duele la ciudad por la suerte adversa que está soportando empresas municipales de Armenia, por el desapego a la conducción de las mejores causas, porque se apartan de ella las buenas ideas y porque deliberadamente la corrupción la ha venido convirtiendo en organismo desechable. EPA es hoy un ente desafortunado y sin valor. Todo se echa a perder en su contra, todo impide el desarrollo que el otro día se perfilaba a pesar de los asomos y ataques de perversión que se le veían venir. Su mundo está sucio y estropeado y su porvenir está roto. No tiene quien se interese por soslayar sus dificultades y ya no hay líderes sindicales que protesten contra la corrupción.
Nos duele la ciudad porque son más los enemigos del progreso que la asedian que los amigos de la prosperidad que la acompañan.
Los cínicos no creen ni en rectitud ni en la sinceridad con que se reclame una mejor suerte para las Empresas Públicas Municipales. La gerencia de la entidad declara sin vergüenza alguna que durante siete años consecutivos el negocio en el que embarco la institución municipal de Armenia no dará utilidades y por supuesto, que idea va a tener de lo que puede suceder de ahí en adelante. No habíamos visto mayor cinismo. En Tumaco, de cuyo convenio hizo alarde la dirección de las Empresas Públicas Municipales comenzó el embrollo de Magangué.
Nos duele la ciudad porque todavía no empieza el movimiento de salvación municipal que debiera estar en marcha, a grito abierto, llamando, convocando a las tropas del civismo local con el fin de abrir la trinchera y para que en ella se plante con fortaleza la guardia obligada a evitar el ingreso de nuevos engendros de corrupción y de peores modelos para la desesperanza del municipio de Armenia. Nos duele que aún no estén listas las tropas de la solidaridad cívica y social, necesarias en este momento crucial de la historia de Armenia; debieran estarlo para recuperar su milagro de las garras feroces que han venido hiriendo a las Empresas Públicas Municipales y que tienen como objetivo desangrarla para conseguir su final.
Si pagamos tributos, si contribuimos oportunamente con los impuestos, si hemos cumplido como ciudadanos, cumplamos ahora con el deber de defender los intereses de todos, los bienes del municipio de Armenia que están sumidos en la desventura y por la desgracia que en suerte le ha tocado soportar inmerecidamente a una ciudad que hizo vibrar con emoción al país por su milagro.